Íbamos a comer pasta y pollo. Nos habían dicho que les
encantaba, y a nosotros y a Alejandra. Primero salimos un ratito a pasear por
Mungia. Pero algo paso, no supimos que. Bueno si, al final del verano, una
noche de chicas Helena confeso que le había pasado.
Ese primer día, en medio del paseo, ella miro al infinito y
comenzó a llorar. Le abrace, le pregunte que pasaba, pero ella seguía mirando
al infinito, con los brazos colgados a lo largo de su cuerpo, que me parecía
inerte, si no fuese porque sus lagrimas no paraban de caer. - Si tu lloras, yo lloro.-le decía yo.
Nos sentamos en un banco. Le volví a abrazar, a besar, a
achuchar, pero no reaccionaba, solo lloraba. Se me partía el alma. Alejandra le
miraba, triste, quería hacer algo por ella, pero, al igual que yo, no sabia
como actuar. Magu miraba extrañado.
De pronto lo vi, si, los macarrones y el pollo iban a salvar
nuestras relaciones internacionales con Ghana. En cuanto le dije si quería ir a
casa a comer, ni lo pensó, dijo que si, aunque la tristeza le seguía
envolviendo.
Nos sentamos a la mesa y serví los macarrones. Esos ojitos
empezaron a cambiar. Pero, de repente, como
si de un partido de tenis se tratase, Helena comenzó a mirar su plato y el
plato de Magu, su plato y el de Magu. Pidió mas, yo pensé que comía por los
ojos, pero pronto me di cuenta de que no era así.
- No Helena- le dije.- Primero comes lo que tienes en el
plato, ya después si quieres mas, te vuelvo a servir. No se quedo muy
satisfecha, seguía mirando el plato de su aita.
Ella lo tenía claro, pero Magu le gano por la mano y acabo
antes que ella. Así, que se sirvió mas. Helena casi se muere, su aita iba a
comer de nuevo macarrones. Se levantó como un resorte y casi mete su cabeza en
la fuente. Estaba calculando si quedaban mas para ella, pero no, no unos pocos,
no, los mismos que su aita.
Estaba segura, la compra del mes no iba a pasar de los 15
días, fijo, fijo. Magu y ella se pelearían por la comida, yo les pensaba seguir
de cerca y Alejandra a lo lejos.
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